El anticapitalismo en cinco minutos

Sabemos que el capitalismo no solo es la forma más sensata de organizar una economía, sino que ahora, además, es la única opción posible. Sabemos que quien no esté de acuerdo con esta convención puede y debe ser ignorado. Ya ni siquiera hay que perseguir a esos herejes: claramente, son insignificantes.

¿Cómo sabemos todo esto? Porque nos lo cuentan, sin descanso, aquellos que a menudo tienen mucho que ganar con tales afirmaciones, especialmente los empresarios y su cohorte de funcionarios y apologetas en las escuelas, las universidades, los medios de comunicación de masas y la política en general. El capitalismo no es una opción, sino que simplemente es un estado natural. Quizá no un estado natural, sino el estado natural. Hoy en día, oponerse al capitalismo es como oponerse al aire que respiramos. Rebatir el capitalismo, nos dicen, es simple y llanamente una locura.

Una y otra vez, nos cuentan que el capitalismo no solo es el sistema que tenemos, sino el único sistema que podemos tener. No obstante, estas sentencias contienen algo que nos escama a muchos. ¿De verdad que esta es la única opción? Nos dicen que no debemos pensar siquiera en esas cosas. Pero no podemos evitar pensar: ¿será este el “fin de la Historia”, en el sentido en que los grandes pensadores se refieren con eso a la victoria definitiva del capitalismo mundial? Si este es el fin de la Historia en ese sentido, cabe preguntarse si el verdadero fin del planeta queda muy lejos.

Estas dudas nos asaltan, nos sacuden, nos incordian: y con toda la razón. El capitalismo (o, de manera más precisa, el capitalismo corporativo y depredador que define y domina nuestras vidas) acabará con nosotros si no escapamos de él. Para las políticas progresistas, es crucial dar con un lenguaje que articule esa realidad, no apelando a un dogma caduco que resulte ajeno, sino con palabras sencillas que permitan a la gente identificarse con ellas. Deberíamos estar buscando maneras de explicar a nuestros colegas junto a la máquina de café (una política radical en cinco minutos o menos) por qué debemos abandonar el capitalismo corporativo y depredador. Si no lo logramos, nos encontraremos frente al fin de la civilización, un final que traerá más tormento que éxtasis.

Aquí va mi propuesta de lenguaje para estos argumentos:

Está claro que el capitalismo es un sistema increíblemente productivo que ha creado una avalancha de bienes sin precedentes en este mundo. También es un sistema fundamentalmente 1. inhumano, 2. antidemocrático y 3. insostenible. El capitalismo nos ha dado muchas cosas a los que vivimos en el Primer Mundo (muchas de ellas de valor marginal o cuestionable) a cambio de nuestras almas, nuestra esperanza en una política progresista y la posibilidad de que nuestros hijos tengan un futuro decente.

En resumen, o cambiamos o morimos política, espiritual y literalmente.

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2016 May Day anti-capitalism protest
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1. El capitalismo es inhumano

Existe una teoría que respalda el capitalismo contemporáneo. Nos dicen que, como somos animales egoístas e interesados, un sistema económico debe recompensar los comportamientos egoístas e interesados para poder tener éxito.

¿Somos egoístas e interesados? Por supuesto. Al menos, yo a veces soy así. Pero también somos capaces de ser empáticos y desinteresados de una manera igual de evidente. Desde luego que podemos actuar de forma competitiva y agresiva, pero también tenemos la capacidad de demostrar solidaridad y tender a la cooperación. En definitiva, la naturaleza humana es un abanico amplio. Claro que nuestras acciones hunden sus raíces en nuestra naturaleza, pero, hasta donde sabemos, esta última presenta muchas variaciones. En las situaciones donde la empatía y la solidaridad son la norma, actuamos en consecuencia; en las situaciones donde se recompensan la competitividad y la agresividad, la mayoría tiende a comportarse así.

¿Por qué tenemos que elegir un sistema económico que menoscabe los aspectos más dignos de nuestra naturaleza y refuerce los más inhumanos? Porque nos dicen que la gente es así y no hay más que hablar. ¿Qué pruebas hay de eso? Mira a tu alrededor, nos dicen, observa cómo se comporta la gente. Miremos donde miremos, veremos avaricia e intereses egoístas. Vaya, así que la prueba de que predominan los rasgos egoístas de nuestra naturaleza es que, cuando se nos fuerza a vivir en un sistema que recompensa el egoísmo, la gente actúa de esa manera. ¿No parece un razonamiento ligeramente circular?

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2. El capitalismo es antidemocrático

Esta es sencilla: el capitalismo es un sistema que concentra la riqueza. Si se concentra la riqueza de una sociedad, se concentra el poder. ¿Hay algún ejemplo en la historia que demuestre lo contrario?

A pesar de todos los ademanes de la democracia formal en los Estados Unidos de hoy en día, todo el mundo entiende que son los ricos quienes fijan, a grandes rasgos, las líneas de políticas públicas que está dispuesta a aceptar la inmensa mayoría de cargos electos. El pueblo puede resistirse y lo hace: de vez en cuando, algún político se une a su bando; no obstante, la resistencia requiere un esfuerzo extraordinario. Los que resisten alcanzan victorias, algunas alentadoras, pero a día de hoy la riqueza concentrada sigue llevando la voz cantante. ¿Qué forma es esta de llevar una democracia?

Si entendemos que una democracia es un sistema que ofrece a las personas de a pie una forma de participar significativamente en la concepción de las políticas públicas, en lugar de ofrecerles meramente el papel de ratificar las decisiones que toman los poderosos, entonces queda claro que el capitalismo y la democracia se excluyen mutuamente.

Veamos un ejemplo. En nuestro sistema, creemos que la regla de una persona-un voto, junto a la protección de las libertades de expresión y asociación, es lo que garantiza la igualdad en términos políticos. Cuando acudo a las urnas, yo tengo un voto. Cuando Bill Gates va a las urnas, dispone de un voto. Tanto Bill como yo podemos hablar con libertad y asociarnos con los demás por motivos políticos. Por ello, como ciudadanos iguales en nuestra estupenda democracia, Bill y yo tenemos las mismas oportunidades de acceder al poder político, ¿verdad que sí?

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3. El capitalismo es insostenible

Esta es aún más fácil. El capitalismo es un sistema que se basa en la idea del crecimiento ilimitado. Que yo sepa, este planeta tiene límites. Solo hay dos formas de salir de este atolladero: quizá pronto demos el salto a otro planeta. O, quizá porque necesitamos encontrar formas de lidiar con estos límites físicos, inventaremos tecnologías cada vez más complejas para superar dichos límites.

Ambas posturas son igualmente engañosas. Los engaños pueden consolarnos de manera temporal, pero no sirven para resolver los problemas. De hecho, tienden a causar más problemas, problemas que parece que se van amontonando.

Por supuesto, el capitalismo no es el único sistema insostenible que ha diseñado la humanidad, pero lo es de la manera más obvia, y es el sistema en el que estamos atrapados. Es el sistema que nos dicen que es natural e inevitable, como el mismo aire.

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Historia de dos siglas: TGIF y TINA

La exprimera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, respondía con esta conocida fórmula cuando le hacían preguntas sobre los desafíos del capitalismo: TINA (There Is No Alternative, “no hay alternativa”). Si no hay alternativa, quien ose cuestionar el capitalismo está loco.

Aquí tenemos otra sigla, más corriente, que ilustra la vida bajo el capitalismo corporativo y depredador: TGIF (Thank God It’s Friday, “gracias a Dios que es viernes”). Esta frase remite a una triste realidad que sufren muchos de los trabajadores de esta economía. Los trabajos que desempeñamos no nos llenan, no nos gustan y, en realidad, no merece la pena llevarlos a cabo; son cosas que hacemos para sobrevivir. Después, el viernes salimos a emborracharnos para olvidar esa realidad, con la esperanza de encontrar algo durante el fin de semana que nos permita levantarnos y volver a la rutina el lunes.

Recuerden, un sistema económico no solo produce bienes, también produce personas. Nuestras experiencias laborales nos afectan. Nuestras experiencias de consumo con dichos bienes nos afectan. Nos estamos convirtiendo cada vez más en una nación de personas infelices, que consumen pasillos kilométricos de bienes de consumo baratos con la esperanza de aliviar el dolor que nos causa el trabajo sin sentido. ¿Es esto lo que queremos ser?

Nos dicen que no hay alternativa en este mundo que va de viernes en viernes. ¿No resulta un poco extraño? ¿De verdad que no hay alternativa en este mundo? Claro que la hay. Para cualquier cosa que sea fruto de las decisiones humanas, se pueden tomar otras distintas. No hace falta diseñar un sistema nuevo hasta el último detalle para darnos cuenta de que siempre hay alternativas. Podemos reforzar las instituciones que ya existen y que ofrecen un refugio de resistencia (por ejemplo, los sindicatos) y experimentar con formatos nuevos (como las cooperativas locales). Pero el primer paso es llamar al sistema por su nombre, sin garantías de lo que está por venir.

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En casa y en el extranjero

En el primer mundo, luchamos contra esta alienación y contra el miedo. A menudo no nos gustan los valores del mundo que nos rodea, no nos gustan las personas en las que nos hemos convertido y tenemos miedo de lo que el futuro nos depara. Sin embargo, en el primer mundo la mayoría hacemos varias comidas al día. Esto no se da en todas partes. Vayamos más allá de las condiciones a las que nos enfrentamos en un sistema capitalista corporativo y depredador si vivimos en el país más rico de la historia del mundo, extrapolemos esto al contexto global.

La mitad de la población mundial vive con menos de 2 dólares al día, lo que supone más de 3000 millones de personas. Más de la mitad del África subsahariana vive con menos de 1 dólar al día, es decir, más de 300 millones de personas.

Aquí va otra estadística: aproximadamente 500 niños mueren en África por enfermedades relacionadas con la pobreza. La mayoría de estas muertes podrían prevenirse con medicamentos sencillos o con mosquiteras impregnadas de insecticida. Son 500 niños no al año, ni al mes ni a la semana. No son 500 niños al día. Las enfermedades relacionadas con la pobreza se cobran las vidas de 500 niños en África cada hora.

Cuando intentamos aferrarnos a nuestra humanidad, estadísticas como estas pueden volvernos locos. Pero que no se te ocurra ninguna locura para cambiar este sistema, recuerda que TINA: no hay alternativa al capitalismo corporativo y depredador.

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TGILS: Thank God It’s Last Sunday (“gracias a Dios que es el último domingo”)

Hemos estado reuniéndonos en el grupo Last Sunday[1] para hacer locuras juntos. Nos hemos unido para darle voz a esas cosas que sabemos y que sentimos, si bien la cultura dominante nos dice que creer y sentir estas cosas es una locura. Quizá estamos todos un poco locos aquí, así que vamos a asegurarnos de que somos realistas. Ser realista es importante.

Una de las respuestas que más oigo cuando critico el capitalismo es: “bueno, puede que todo eso sea cierto, pero tenemos que ser realistas y hacer lo que esté en nuestra mano”. Siguiendo ese razonamiento, ser realistas implica aceptar un sistema que es inhumano, antidemocrático e insostenible. Para ser realistas, se nos dice que debemos capitular ante un sistema que nos roba el alma, que nos hace esclavos de un poder concentrado y que algún día destruirá el planeta.

Pero rechazar y resistirse al capitalismo corporativo y depredador no es una locura; es una postura eminentemente cuerda. Aferrarnos a nuestra humanidad no es una locura, defender la democracia no es una locura y luchar por un futuro sostenible no es una locura.

Lo que es una locura es tragarse el cuento de que un sistema inhumano, antidemocrático e insostenible —ese mismo que deja a la mitad de las personas del mundo sumidas en una pobreza abyecta— es lo único que hay, lo único que puede haber y lo único que habrá.

Si eso fuera cierto, entonces pronto no quedará nada. Para nadie.

No creo que sea realista aceptar ese sino. Si eso es ser realista, prefiero estar loco todos los días de la semana, todos los domingos del mes.

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[1]N. de la T.: Un movimiento que se reunía en Austin, Texas, el último domingo de cada mes y del que Robert Jensen formaba parte.

 

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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.

* Texto traducido por Silvia López, editado por Susa Oñate
* Artículo original publicado en CounterPunch
* Imagen de portada de Pawel Czerwinski
* Imagen de texto de Adam Cohn
* Imagen de texto de Harrison Moore