«El cambio climático puede ser la respuesta a la doctrina del shock»

La autora canadiense Naomi Klein es bien conocida por sus agudas observaciones críticas, tanto que es fácil olvidar que, por encima de todo, es una periodista de primera categoría. Durante esta entrevista, Klein dejó entrever cuáles son sus prioridades, aunque también confesó estar preocupada por algunas de sus respuestas dado que podrían costarle la oportunidad de entrevistar al presidente de uno de los grupos ecologistas más prominentes (al leer la entrevista veréis por qué). A Klein le interesaba más perseguir el reportaje que protagonizarlo, anteponiendo su periodismo a sus opiniones personales.

Ese rigor caracteriza la carrera de Klein, quien prefiere mantenerse al margen de la cháchara mediática sobre temas de actualidad. Trabaja con constancia, esmero y discreción. Puede resultar sorprendente recordar que la enorme influencia internacional del trabajo de Klein se basa en una obra relativamente escueta; ha publicado tres libros, uno de ellos una antología de artículos de prensa.

“No logo: el poder de las marcas”, el primer libro de Klein, investigaba la manera en la que las marcas manipulan los deseos del público al tiempo que explotan a las personas que fabrican sus productos. El libro salió a la venta pocas semanas después de las protestas contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle y se convirtió en bestseller internacional. Su siguiente obra importante, “La doctrina del shock”, argumenta que los impulsores del libre comercio a menudo se aprovechan de las crisis –ya sean naturales o fabricadas– para imponer políticas desreguladoras. En su último libro, aún sin titular, Klein centra su atención en el cambio climático. El libro saldrá a la venta en 2014 y será adaptado como documental a manos de Avi Lewis, el esposo y compañero creativo de Klein.

Los libros y artículos de Klein buscan articular una contra-narrativa al avance de la globalización corporativa y la austeridad impuesta por los gobiernos. Klein cree que el cambio climático puede suponer una nueva oportunidad para desarrollar esta contra-narrativa. “El libro que estoy escribiendo argumenta que nuestras respuestas ante el cambio climático podrán reconstruir la esfera pública, fortalecer nuestras comunidades, y crear trabajos dignos”.

Pero antes tiene que acabar su investigación. Hablando de la respuesta del activismo de base al caos climático, Klein me dijo: “Ahora mismo está pasando desapercibido, pero lo estoy siguiendo con mucha atención.”

—Jason Mark

A lo largo de tu trayectoria profesional has escrito sobre el poder de las marcas comerciales, los movimientos populistas de todo el mundo y el fundamentalismo del mercado libre. ¿Qué te ha llevado a hacer ahora un libro y una película sobre el cambio climático?

Bueno, mi último libro, La doctrina del shock, termina hablando del cambio climático. Concluye con una visión de un futuro distópico donde veremos una infraestructura débil chocando de frente con unas condiciones meteorológicas extremas, algo que ya hemos visto con el huracán Katrina. Pero, en vez de esforzarnos por reducir las emisiones para prevenir desastres futuros, vemos numerosos intentos de sacar provecho de esa crisis. Por aquel entonces ya creía que el cambio climático iba a suponer una barra libre sin precedentes para el capitalismo del desastre. Me pareció una progresión lógica pasar de escribir sobre el capitalismo del desastre en La doctrina del shock a escribir sobre el cambio climático. Mientras escribía La doctrina del shock, también estaba cubriendo la guerra de Irak y el negocio de la guerra, y empecé a darme cuenta de que esos mismos patrones se repiten después de desastres naturales como el tsunami asiático o el huracán Katrina. En ese libro hay capítulos que hablan sobre ambos acontecimientos. Más tarde, me di cuenta de que el cambio climático podría suponer una especie “shock del pueblo”, una respuesta a la doctrina del shock –que, en vez de otra coyuntura para que el capitalismo del desastre se alimente de la miseria de la gente, sea una oportunidad para que las fuerzas progresivas ahonden en la democracia y realmente mejoren la calidad de vida de todo el mundo. Después, al escribir un artículo sobre las reparaciones de guerra para la revista Harper’s, me topé con el concepto de la “deuda climática”. Me reuní con la embajadora boliviana ante organismos internacionales –se llama Angélica Navarro– y me dijo que el cambio climático podría brindarnos la oportunidad de implementar un Plan Marshall ecológico a nivel global, en el que el norte pagaría su “deuda climática” mediante un proyecto de desarrollo medioambiental a gran escala.

Tras el huracán Sandy, escribiste sobre el potencial del “shock del pueblo”. ¿Crees que ya está ocurriendo? ¿Estamos viendo una respuesta del activismo global ante las condiciones meteorológicas extremas que padecemos hoy en día?

Veo que el shock del pueblo ya está bastante extendido, con diversos colectivos actuando en muchos frentes distintos. Gente que, por ejemplo, ha estado luchando por la agricultura sostenible durante muchos, muchos años, y que ahora se da cuenta de que también es una solución para el problema del clima. Se están reformulando muchas cuestiones –y no de manera oportunista, sino para profundizar en nuestro entendimiento. Aquí en Canadá, la gente que más se está oponiendo a la extracción en arenas de alquitrán son las comunidades indígenas que viven río abajo de los yacimientos. Su oposición no se debe al cambio climático sino a que el alquitrán envenena sus cuerpos. Pero el hecho de que también esté destruyendo el planeta le añade otra capa de urgencia. Creo que sobreponer el cambio climático a otros problemas que sufrimos tiene un potencial enorme.

En cuanto al huracán Sandy, he observado algunas respuestas ciudadanas muy esperanzadoras, particularmente en las montañas de Rockaway, donde la gente estuvo muy organizada desde el principio, donde Occupy Sandy cosechó una cooperación muy fuerte y donde surgieron nuevas redes. La primera fase sólo consiste en la recuperación y, ante la llegada de un proceso de reconstrucción impulsado por empresas privadas, estas comunidades están organizadas para responder, atender las reuniones, enfrentarse con las inmobiliarias y hablar sobre una visión de la vivienda pública muchísima más adecuada que la que hemos visto hasta ahora. O sea que sí, es algo que ya está ocurriendo sin duda. Ahora pasa desapercibido, pero lo estoy siguiendo con mucha atención.

En un artículo que escribiste para The Nation en noviembre de 2011, señalaste que, en lo que al cambio climático se refiere, existe una doble negación: los conservadores niegan la evidencia científica, mientras que algunos sectores de la izquierda niegan las implicaciones políticas de esa evidencia. ¿Por qué crees que algunos ecologistas se resisten a enfrentarse a todo lo que el cambio climático supondrá para el mercado y la economía?

Creo que dentro del movimiento medioambiental de las grandes organizaciones ecologistas existe un profundo estado de negación. A decir verdad, creo que ha sido mucho más dañino que el negacionismo de la derecha debido a todo el terreno que hemos perdido. Porque nos ha llevado en una dirección que ha dado muy malos resultados. Basta con fijarnos en la trayectoria del protocolo de Kyoto, del mecanismo de desarrollo limpio de las Naciones Unidas o del tratado de emisiones de la Unión Europea. Ya hemos tenido casi una década para evaluar los resultados de estos planes y los datos son desastrosos. No sólo han aumentado las emisiones sino que además hemos visto innumerables casos de fraude, que sólo han servido para alimentar las críticas de la derecha. La derecha se ha opuesto a la fijación de límites máximos e intercambio de los derechos de emisión alegando que nos iban a llevar a la bancarrota, que era un regalo para las corporaciones y que, por cierto, no iba a funcionar. Y tenían razón en todos los sentidos. En lo de la bancarrota, no, pero tenían razón al decir que era un regalo enorme para las corporaciones y que ni siquiera nos iba a acercar a lo que, según los científicos, tendríamos que estar haciendo para bajar el nivel de emisiones. Así que me parece muy importante preguntarse por qué los grupos ecologistas han sido tan reticentes a seguir las indicaciones de la ciencia hasta sus conclusiones lógicas. Creo que científicos como Kevin Anderson, y su colega Alice Bows del Tyndall Centre, han sido los más valientes a la hora de enfrentarse en este sentido, porque no sólo se enfrentan a los grupos verdes, sino que también critican a sus colegas científicos por la manera en la que la ortodoxia de la economía neoliberal ha infiltrado el mundo de la ciencia. Es una lectura aterradora porque llevan más de una década diciendo que el nivel de reducción de emisiones que necesitamos en el mundo desarrollado es incompatible con el crecimiento económico.

Lo que sí sabemos es que el movimiento medioambiental obtuvo una serie de victorias espectaculares a finales de los 60 y en los 70, cuando se redactó todo el marco legal para responder a la contaminación y proteger a las especies animales. Fue una victoria tras otra y tras otra. Y esto se convirtió en lo que después se denominarían las leyes de “Imposición y control”, que decían: “No podéis hacer eso. Esa sustancia está prohibida o estrictamente regulada”. Era una estrategia de regulación por parte del gobierno. Pero se detuvo en seco con la llegada al poder de Reagan. Reagan, básicamente, le declaró la guerra al movimiento medioambiental, y de manera muy abierta. Ahí es cuando empezamos a oír algunas de las expresiones empleadas habitualmente por los negadores –equiparar la defensa del medio ambiente con el comunismo y ese tipo de cosas. Con la desaparición gradual de la Guerra Fría, la defensa del medio ambiente se convirtió en el siguiente blanco, el siguiente comunismo. En ese momento el movimiento tuvo la opción de responder de dos maneras posibles: podía luchar y defender sus valores para intentar resistir la apisonadora del neoliberalismo incipiente, o podía adaptarse a esa nueva realidad adecuándose al auge del gobierno corporativista. Eligió lo segundo, y de manera muy consciente, como queda patente en lo que decía por esa época Fred Kupp, el presidente de la Enviromental Defense Fund (Fundación de defensa medioambiental).

Había que aceptarlo o, al menos, tolerarlo.

Exacto. Ahora sabemos que todo gira en torno a convenios corporativos. Ya no es cuestión de “vamos a demandar a estos cabrones”, sino de “vamos a colaborar con estos cabrones a través de convenios corporativos”. Ya no existe un enemigo.

Es más, las grandes empresas se presentan como “la solución”, desempeñan el papel de participantes voluntarios y parte de la solución. Ese es el modelo que ha perdurado hasta nuestros días.

Incluso me remito a casos como la lucha contra NAFTA, el tratado norteamericano de libre comercio. Los grandes grupos medioambientales, con muy pocas excepciones, brindaron su apoyo a NAFTA, a pesar de la sublevación entre sus miembros, y vendieron el tratado al público de forma muy agresiva. Ese es el modelo que se ha globalizado a través de la Organización Mundial del Comercio y que, en muchos sentidos, ha sido responsable de la vertiginosa subida de los niveles de emisiones. Hemos globalizado un modelo económico basado en un hiper-consumismo totalmente insostenible que se está extendiendo con éxito por todo el mundo, y que nos está matando.

Los grupos medioambientales no fueron espectadores pasivos de este proceso. Fueron colaboradores, partícipes voluntarios. No estoy hablando de todos los grupos. No es el caso de Greenpeace, ni de Friends of the Earth ni, en términos generales, del Sierra Club. Tampoco estoy hablando de 350.org, porque aún no existía. Pero creo que se remonta a las raíces elitistas del movimiento y al hecho de que, cuando se crearon muchos de estos grupos conservacionistas, la conservación se entendía como una especie de deber burgués. Se fraguó cuando las élites se juntaban para hacer senderismo y después decidían que tenían que salvar la naturaleza. Pero las élites cambiaron. Llegados a ese momento, si el movimiento medioambiental iba tomar la decisión de luchar, tendría que haber renunciado a ese estatus de élite, pero no estaban dispuestos a hacerlo. Creo que es uno de los mayores motivos por los que los niveles de emisiones están donde están hoy en día.

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Hemos globalizado un modelo económico basado en un hiper-consumismo totalmente insostenible que se está extendiendo con éxito por todo el mundo, y que nos está matando.
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En la cultura norteamericana, siempre hay un afán de obtener soluciones en las que todos salen ganando. Pero si realmente queremos ver una reducción del 80% en emisiones de dióxido de carbono, alguien va a salir perdiendo. Y entiendo que estás diciendo que a los líderes de los grupos medioambientales le resulta muy difícil mirar a los ojos a sus socios para decirles: “vais a salir perdiendo”.

Exacto. Es meterte con el poder. Su estrategia de “todos salimos ganando” ha fracasado. En esa idea se basaba el programa de fijación de límites e intercambio de los derechos de emisión. Y ha resultado ser una estrategia fallida y desastrosa. Los grupos verdes no son tan listos como se creen, les han timado a una escala espectacular. Muchos de sus socios tenían un pie en US CAP [Coalición de EE.UU. para la Acción Climática] y el otro en la Cámara de Comercio Estadounidense. Estaban haciendo sus apuestas y, cuando vieron que se podían salir con la suya sin necesidad de legislación alguna, se deshicieron por completo de US CAP.

La expresión “todos salimos ganando” es curiosa, porque hay muchos perdedores en esta estrategia. Se sacrifica a mucha gente bajo el lema “todos salimos ganando”. En Estados Unidos nos hemos limitado a la lucha por regular los derechos de emisiones y sé que todo el mundo está harto de esa lucha. Creo que sobran las pruebas de que no hemos aprendido las lecciones clave de ese fracaso.

¿Y cuáles crees que son esas lecciones clave?

Una de ellas es que estaban dispuestos a sacrificar a las comunidades que vivían en los perímetros de las zonas contaminadas, solo por conseguir ese “todos salimos ganando” con los grandes contaminadores que forman parte de esa coalición. Había comunidades en Richmond, California, por ejemplo, que pensarían: “Si luchamos contra el cambio climático, nuestros hijos padecerán menos de asma”. En esa situación no ganaron todos porque llegaron a un acuerdo que decía: “Vale, podéis seguir contaminando, pero vais a tener que comprar compensaciones de emisión en otra parte del planeta”. El beneficio local desaparece, se sacrifica.

A mí me encantaría que todos saliéramos ganando. El libro que estoy escribiendo argumenta que nuestras respuestas ante el cambio climático pueden reconstruir la esfera pública, fortalecer nuestras comunidades y crear empleo digno para todos. Podemos abordar la crisis financiera y la crisis ecológica al mismo tiempo. Lo creo de verdad. Pero considero que solo podremos salir ganando todos mediante coaliciones con las personas, no con las corporaciones. He observado una predisposición a sacrificar los principios básicos de la solidaridad, ya sea en esa comunidad a las afueras de Richmond, California, o en una comunidad indígena en Brasil a la que, como sabemos, obligan a abandonar su territorio porque su jungla se ha convertido en un sumidero de carbón o la han incluído en el programa de compensaciones. Ya no tienen acceso a la jungla que les permitía vivir de manera sostenible, porque está vigilada y porque un grupo conservacionista ha decidido intercambiarla por otra cosa. Estos son los sacrificios que se hacen. En este modelo hay muchos perdedores y ningún ganador, que yo vea.

Has hablado sobre el Mecanismo de Desarrollo Limpio como una especie de capitalismo del desastre. ¿No crees que la geoingeniería es la máxima expresión del capitalismo del desastre?

De lo que no me cabe duda es de que es la máxima expresión del afán de evitar todo el trabajo duro que supondría reducir las emisiones, y creo que ahí reside su atractivo. Creo que cuanto más imposible resulte negar la existencia del cambio climático, más estrategias como ésta veremos. Mucha gente querrá dar el salto directo a la geoingeniería. El atractivo de la geoingeniería es que no amenaza nuestra visión del mundo. Nos deja en una posición dominante. Nos dice que hay una escotilla de emergencia. Por eso veremos un aumento del tipo de discursos que nos han llevado hasta este punto, en los que nos auto-adulamos por el poder que tenemos.

Nuestra manera de responder ante el cambio climático implica la voluntad de sacrificar a grandes números de personas –ya estamos mostrando una brutalidad frente al cambio climático que me parece espeluznante. Creo que ni siquiera existe el lenguaje apropiado para describir la geoingeniería, porque sabemos perfectamente que esas decisiones permitirán la extinción de culturas y pueblos. Tenemos la capacidad de pararlo y elegimos no hacerlo. Por eso creo que la inmoralidad tan profunda y la violencia que hay detrás de esa decisión no se ve reflejada en el lenguaje que empleamos. Se puede ver en esos congresos sobre el clima, donde los delegados africanos utilizan palabras como “genocidio” y los delegados europeos y norteamericanos se muestran muy molestos, muy a la defensiva. Pero lo cierto es que la definición de genocidio de las Naciones Unidas es: el acto deliberado para hacer desaparecer o desplazar a las personas. Lo que están diciendo los delegados que representan el Norte es: “No lo hacemos porque queramos que desaparezcáis, lo hacemos porque, en el fondo, no nos importáis. Mientras podamos continuar con nuestro negocio, nos da igual si desaparecéis o no. Es un efecto secundario de los daños colaterales”. Pero a la gente que se enfrenta a esta desaparición le da igual si se hace con malicia o no porque todavía podríamos impedirlo. Y estamos eligiendo no impedirlo. Creo que una de las crisis que tenemos es una crisis lingüística. No estamos hablando de esto con el lenguaje de urgencia y mortalidad que merece el tema.

Dices que el discurso progresista es insuficiente. ¿Cuál sería un discurso alternativo para darle la vuelta a la situación?

Bueno creo que el discurso que nos ha llevado a esta situación –y este es, en parte, el motivo por el que vemos un negacionismo tan fuerte sobre el cambio climático en Norteamérica y Australia– tiene bastante que ver con la mentalidad de frontera. Está muy ligado a la idea de que siempre habrá más, de que vivimos en tierras que eran supuestamente inocentes, tierras “que descubrimos” y donde la naturaleza era abundante. Nadie podía imaginarse que se agotarían. Son mitos fundacionales.

Por eso me ha dado muchísima esperanza el surgimiento del movimiento Idle No More, porque me parece que los líderes indígenas están mostrando un espíritu de tremenda generosidad en su afán de educarnos en una narrativa distinta. Acabo de participar en una mesa redonda de Idle No More y yo era la única ponente no indígena. Todos los demás ponentes decían que querían adoptar un rol de liderazgo. Han tardado bastante en llegar a este punto. Estas comunidades han sido víctimas de muchísimos abusos y están muy enfadadas –con razón– con la gente que les robó las tierras. Es la primera vez que he visto esta apertura, una voluntad palpable de aportar algo, de liderar, de modelar otra forma de relacionarse con la tierra. Eso es lo que me está dando muchísima esperanza ahora mismo.

http://guerrillatranslation.files.wordpress.com/2013/10/idlenomo.jpgLa gente no ha entendido los efectos de Idle No More todavía. Mi marido está filmando un documental que acompañará al libro y, en estos momentos, está rodando en Montana. También hemos estado filmando mucho en la reserva norte de los Cheyenne, porque hay ahí un depósito enorme de carbón, y ya llevan muchos años debatiendo sobre si se extrae el carbón o no. Parecía que al final lo iban a extraer, lo cual va en contra de sus profecías, y les resultaba muy doloroso. Pero ahora hay una generación de jóvenes en la reserva que están empeñados en dejar el carbón en el suelo, y se están formando a sí mismos para subsistir con energía eólica y solar. Todos hablan del movimiento Idle No More. Creo que está pasando algo muy potente. En Canadá tiene una importancia tremenda, como la tiene en toda Norteamérica, debido a las enormes cantidades de energía sin explotar, energía hidrocarburífera que se encuentra en tierras indígenas. Lo mismo podemos decir del petróleo del ártico y, sin duda, de las arenas de alquitrán. Es aplicable a todos los sitios en los que se quieren construir oleoductos. Es aplicable a las explotaciones de gas natural. Es aplicable a los grandes depósitos de carbón en Estados Unidos. Creo que en Canadá nos tomamos los derechos indígenas con más seriedad que en Estados Unidos. Espero que eso cambie.

Es interesante porque, mientras que algunos de los grupos ecologistas establecidos están encandilados con ideas como los servicios de ecosistema o el capital natural, existe este contradiscurso que viene del Sur global y de las comunidades indígenas. Es como una especie de dialéctica.

Sí, es el contradiscurso, esas son las formas alternativas de ver el mundo que están emergiendo ahora mismo. Hay otra cosa que está pasando –no sé cómo llamarla. Es quizá un movimiento reformista, una rebelión de base. Algo está pasando en el movimiento medioambiental en Estados Unidos y Canadá y, sin lugar a dudas, en el Reino Unido. Tiene que ver con lo que yo llamo “la visión del mundo del astronauta” –es decir, observar La Tierra desde el espacio– que se ha impuesto entre los grandes grupos del movimiento medioambiental durante mucho tiempo. Creo que ha llegado la hora de dejar atrás la iconografía del planeta azul porque nos sitúa por encima de todo y nos lleva a ver la naturaleza de una manera muy abstracta, como un gran tablero de ajedrez donde vamos moviendo fichas. Nos ha hecho perder la conexión con la Tierra; la vemos como “el planeta” en vez de “la Tierra”.

Creo que esto se ha hecho especialmente patente con el fracking, o fractura hidráulica. Todos los directivos del Sierra Club, del NRDC y del EDF decidieron que esto sería un “combustible de transición”. “Hemos hecho los cálculos y vamos a dar nuestro apoyo a esta técnica”, dijeron. Entonces se enfrentaron al rechazo generalizado de sus miembros, sobre todo los del Sierra Club. Y eso les ha llevado a modificar ligeramente su postura. Ha sido porque las bases dijeron: “Un momento, ¿qué clase de ecologistas somos si no nos preocupamos por el agua o por la industrialización de los paisajes rurales? ¿En qué se ha convertido el ecologismo?”. Así pues, ha surgido una resistencia, a nivel local y de base, en los movimientos que se oponen al oleoducto Keystone XL y al oleoducto Northern Gateway, o en el enorme movimiento contra el fracking. Ellos son los que están ganando batallas, ¿no te parece?

Creo que los grandes grupos medioambientales se están volviendo totalmente irrelevantes. Algunos reciben muchísimo dinero de corporaciones, fundaciones y donantes ricos, pero todo su modelo está en crisis.

No quiero acabar con algo tan deprimente.

No estoy segura de que sea tan deprimente.

Puede que tengas razón.

He de aclarar que estoy expresando mi propia opinión, pero también veo grandes cambios. Creo que el Sierra Club ha experimentado un proceso de reforma. Ahora mismo están en la primera línea de estas luchas. Y creo que muchos de estos grupos están teniendo que escuchar a sus socios. Algunos rechazarán el cambio porque están demasiado atrincherados en su modelo de convenios con grandes empresas, aún tienen demasiados conflictos de interés. Ésos son los grupos que van a sufrir de verdad. Y no pasa nada, en mi opinión. Creo que en estos momentos hay mucha presión en Europa, donde unos 100 grupos de la sociedad civil están presionando a la Unión Europea para que, en vez de intentar arreglar su fallido sistema de compensaciones de carbono, lo abandonen por completo y empiecen a hablar de cómo deshacerse de las emisiones a nivel doméstico y dejar atrás esta estafa. Creo que ese es el momento en el que nos encontramos. No tenemos más tiempo que perder con todos estos juegos de trileros que no dan resultado.

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