¿Qué es la violencia medioambiental de género?

Nosotras, las mujeres de los pueblos originarios del mundo, hemos luchado de forma activa para defender nuestro derecho a la autodeterminación y a nuestros territorios, que han sido invadidos y colonizados por intereses y naciones poderosas. Hemos sufrido y seguimos sufriendo múltiples opresiones: como personas indígenas, como ciudadanas de países colonizados y neocoloniales, como mujeres, y como miembros de las clases más desfavorecidas de la sociedad. A pesar de todo esto, hemos seguido y seguimos protegiendo, transmitiendo y desarrollando nuestra cosmovisión indígena: nuestra ciencia y tecnología, nuestras artes y nuestra cultura, y nuestros sistemas económicos y sociopolíticos originales, todos ello en armonía con las leyes naturales de la madre naturaleza. Todavía conservamos los valores éticos y estéticos, el conocimiento y la filosofía, y la espiritualidad que conserva y nutre a la Madre Tierra. Persistimos en nuestra lucha por la autodeterminación y por nuestro derecho a nuestros territorios. Todo esto queda reflejado en nuestra tenacidad, resiliencia y capacidad de sobrevivir a la colonización que ha ocurrido y sigue ocurriendo en nuestras tierras en los últimos 500 años.
– Foro de ONG, Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU, 1995

A menudo se dice que lo que le sucede a la tierra le sucede también a las personas. En una sociedad colonial, la degradación de la tierra se considera como algo “normal” y necesario para el crecimiento sostenido de la riqueza, y sus repercusiones sobre la población indígena se contemplan como un “riesgo aceptable”, un sacrificio necesario. Se trata de un sistema que pretende, en última instancia, eliminar a los pueblos indígenas para así hacerse con las tierras y las aguas. Este sistema también apoya la violencia medioambiental, es decir, la explotación capitalista del medioambiente y los estragos que esta acarrea.

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Violencia medioambiental

La violencia medioambiental describe las maneras en las que los seres humanos degradan la tierra, el cielo y las aguas: los pesticidas que contaminan las vías fluviales y envenenan a las personas y a los animales, las terribles heridas a la Madre Tierra causadas por las arenas bituminosas, la extracción de uranio y el enterramiento posterior de sus residuos radioactivos, los humos acres de la industria, la quema de basuras, y las operaciones militares que dejan tras de sí minas terrestres y armas químicas mortíferas.

La violencia medioambiental no afecta solo a los pueblos indígenas, pero gran parte de dicha violencia tiene lugar en nuestras tierras y en el entorno de nuestras comunidades. Nuestras vidas se consideran algo desechable y nuestra destrucción se convierte en una necesidad en pos de los beneficios de las corporaciones y del gobierno canadiense. Dado que la violencia medioambiental ocurre muy cerca de nosotros, puede llegar a tener infinidad de efectos perjudiciales como cánceres y otras enfermedades que se ensañan con nuestros cuerpos, además de problemas de salud reproductiva como anomalías de nacimiento e infertilidad. Nuestras formas tradicionales de cuidar los unos de los otros se desmoronan, lo que conlleva un aumento de los índices de violencia, pobreza, consumo de drogas y alcohol, y delincuencia. Y nuestras mentes y espíritus se degradan, lo que a su vez desemboca en traumas, en la pérdida de la cultura y de la autodeterminación y, para muchas personas, en el suicidio.

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“En una sociedad colonial, la degradación de la tierra se considera como algo “normal” y necesario para el crecimiento sostenido de la riqueza, y sus repercusiones sobre la población indígena se contemplan como un “riesgo aceptable”, un sacrificio necesario.”

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Estas consecuencias evidencian los vínculos entre la salud y la seguridad del territorio y la salud y la seguridad de los pueblos indígenas en todos los aspectos, no solo física sino también mental, emocional y espiritualmente. Sin embargo, hay una triste ironía en todo esto, ya que los pueblos indígenas se encuentran entre los menos responsables de la degradación medioambiental, pero son los que sufren sus consecuencias con mayor frecuencia.

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Violencia medioambiental de género (VMdG)

Hay actitudes en la industria que no han cambiado desde tiempos coloniales, como el hecho de que las mujeres indígenas se consideren indias, salvajes y prostitutas.
—Michèle Audette, ex-comisionada de la Investigación Nacional sobre mujeres y niñas indígenas desaparecidas y asesinadas

Cuando hablamos de violencia medioambiental de género nos referimos a que la población indígena compuesta por personas trans, no binarias y dos espíritus, las mujeres y las niñas se ven aún más afectadas por la violencia medioambiental. Es una consecuencia de la devaluación que el patriarcado impone sobre cualquiera que no sea un hombre cisgénero, pero también nace de los roles tradicionales que estas personas suelen desempeñar y que requieren una conexión estrecha con las tierras y las aguas. A menudo cultivan alimentos y se encargan de prepararlos . Recolectan plantas medicinales. Enseñan nuestras formas tradicionales de ser para con la tierra. Y, para algunas personas, son quienes transmiten todo esto a la siguiente generación.

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No obstante, si algo nos enseña la epidemia de mujeres, niñas, trans y personas dos espíritus indígenas desaparecidas y asesinadas, cuando se pierde el respeto por la tierra, se pierde el respeto por las personas. Uno de los ejemplos más ilustrativos de todo esto son los “campamentos de hombres” que forman parte de la industria extractiva.

Estos campamentos surgen cuando un gran número de hombres se traslada a territorios indígenas para construir o mantener minas o gasoductos. Suelen estar vinculados  con el aumento de la violencia doméstica o sexual, de las enfermedades de transmisión sexual, del consumo de drogas y alcohol, del tráfico de personas, las desapariciones o los asesinatos.

Las toxinas liberadas por la extracción de recursos contaminan el terreno, el aire y el agua, y pueden acabar en el cuerpo de las personas, acumulándose en la grasa corporal. Esto puede repercutir gravemente en los sistemas reproductivos, las personas embarazadas y los bebés. Un estudio realizado en 2018 en Grassy Narrows (Primera Nación Asubpeeschoseewagong) reveló que los hijos de las madres que consumían regularmente pescado contaminado con mercurio durante sus embarazos tenían cuatro veces más probabilidades de padecer trastornos de aprendizaje o alteraciones del sistema nervioso. Este envenenamiento ha asolado a la Primera Nación durante décadas, ya que la empresa Reed Paper Ltd. ha vertido toneladas de mercurio al sistema fluvial local.

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VMdG, colonización y opresión

«Los asentamientos coloniales son una formación política y social persistente por la que los recién llegados/colonizadores/colonos llegan a un lugar, lo reclaman como propio y hacen lo que sea necesario para erradicar a los pueblos indígenas que allí viven. En el contexto de los asentamientos coloniales, es la explotación del terreno  lo que ofrece el valor supremo. Para que los colonizadores puedan usurpar las tierras y extraer su valor, deben destruir, eliminar y convertir a los pueblos indígenas en fantasmas».
– Maile Arvin, Eve Tuck y Angie Morrill, Decolonizing Feminism: Challenging Connections Between Settler Colonialism and Heteropatriarchy (“Descolonizar el feminismo: Desafiando los vínculos entre los asentamientos coloniales y el heteropatriarcado”)

Los asentamientos coloniales no son un hecho aislado, sino una estructura cuyo objetivo es eliminar los pueblos indígenas. Esta eliminación ha adoptado varias formas en el pasado y en el presente, entre las que se incluyen los internados, la conversión religiosa al cristianismo y la privatización y destrucción de la tierra. Esta violencia estructural se impone tanto a los cuerpos de los pueblos indígenas así como a la propia tierra. De nuevo: lo que le ocurre a la tierra le ocurre a las personas que la habitan.

La propia violencia medioambiental de género es necesaria para la continuidad del colonialismo. Cuando se destruye la tierra, se destruyen los portadores de cultura y conocimiento a las siguientes generaciones de nuestro (propio) pueblo, facilitando así el expolio de nuestras tierras. En varias comunidades indígenas del Ártico los vertederos y el transporte de contaminantes orgánicos persistentes (pesticidas de larga duración y sustancias químicas industriales) se bioacumulan a lo largo de la cadena alimentaria, contaminando las fuentes tradicionales de alimentos, medicinas y agua. El cambio climático aumenta la velocidad a la que estos productos químicos se diseminan por el medio ambiente. Estas toxinas son ingeridas por los pueblos indígenas del Ártico y afectan de forma directa a quienes dan a luz, a los recién nacidos y a los niños, tal y como demuestran los índices desproporcionadamente altos de abortos, muertes neonatales, bajos pesos al nacer, defectos de nacimiento, problemas de salud reproductiva y cáncer. Este envenenamiento comunitario reduce la esperanza de vida y atenta contra las prácticas culturales de los pueblos indígenas del Ártico, forzándoles a elegir entre alimentos tradicionales contaminados con productos químicos o alimentos caros comprados en supermercados que carecen de valor nutritivo. Esta eliminación gradual de la población indígena del Ártico hace que la tierra sea más accesible para  las fuerzas de colonización y extracción medioambiental, que avanzan sin tregua.

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“Este envenenamiento comunitario reduce la esperanza de vida y atenta contra las prácticas culturales de los pueblos indígenas del Ártico, forzándoles a elegir entre alimentos tradicionales contaminados con productos químicos o alimentos caros comprados en supermercados que carecen de valor nutritivo.”

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La VMdG también está relacionada con la mentalidad patriarcal cuyo objetivo es controlar a las mujeres indígenas, satisfaciendo el deseo colonial de poder sobre las portadoras de vida de las naciones indígenas y, por ende, de sus tierras. Los responsables de los internados (el Gobierno de Canadá y las iglesias católica, anglicana, metodista, presbiteriana y unida) consolidaron aún más el patriarcado, separando a los hombres de las mujeres y devaluando el “trabajo de las mujeres”. El hecho de que los niños fueran apartados de sus comunidades a las edades en las que suelen aprender sobre responsabilidades y roles tradicionales hacía que se vieran obligados a asimilar también los roles de género patriarcales y eurocéntricos.

Pero a pesar de este legado traumático, el cambio es posible.

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Resistencia

Las mujeres indígenas siguen siendo las portadoras del agua vital con la responsabilidad de originar actos de rechazo enraizados en la estirpe, el conocimiento ancestral y el derecho humano a existir de una manera digna.
– Temryss MacLean Lane, The Frontline of Refusal: Indigenous Women Warriors of Standing Rock (“A la vanguardia del rechazo: las guerreras indígenas de Standing Rock”)

La resistencia de las mujeres indígenas, una resistencia arraigada en la comunidad, en las generaciones futuras y en las luchas ancestrales por la tierra y la supervivencia, es una resistencia feminista, pero también esencialmente anticapitalista y antiimperalista, que exige respeto y protección (…) no solo para los cuerpos de las mujeres sino también para la tierra, el agua, la Madre Tierra, la cultura y la comunidad.
– Heather Gies, Facing Violence, Resistance is Survival for Indigenous Women (“La resistencia es supervivencia para las mujeres indígenas frente a la violencia”)

Para imaginar cómo es la resistencia a la VMdG a nivel práctico hablé con Dayna Danger, una artista visual queer dos espíritus de origen métis, Saulteaux y polaco.

Danger me explicó que se siente desplazada hacia los márgenes tanto en  los espacios culturales y ceremoniales indígenas como en los espacios queer dominados por personas blancas. Según Danger, esta realidad suele pasar desapercibida. “El patriarca nos invisibiliza”, me dice. “Ni siquiera existimos. ¿Qué hacemos con las personas que ni siquiera existen?” Recientemente, la falta de espacios abiertos a la población queer indígena ha llevado a Danger y a otras personas a crear campamentos de curtido para personas dos espíritus, mujeres indígenas y población indígena de todo el espectro de identidades queer.

El curtido de la piel es un proceso complejo difícil de llevar a cabo en solitario. Retirar la carne y el pelo de la piel requiere horas de raspado, seguidas de ciclos de remojo (en agua y después en soluciones) y de escurrido de la piel y, finalmente, con su ablandamiento y ahumado. Es un proceso comunitario que reúne a la gente durante varios días. Las personas del campamento cocinan juntas, comparten el lenguaje y las técnicas, y cuentan historias. También es un espacio intergeneracional que ayuda a curar las heridas de la colonización. Danger habla de ancianos que recordaban a sus madres y abuelas mientras participaban en estos campamentos de curtido, y también de cómo las jóvenes aprenden a utilizar todas las partes de un animal. Historias como esta reflejan la belleza y naturaleza polifacética de la educación basada en la tierra. Un campamento de curtiduría no solo supone aprender los múltiples pasos que conlleva el curtido de pieles, sino que es un acto de amor que enseña confianza, paciencia y conexión.

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“Gran parte de esta resistencia no hace mención a la violencia medioambiental de género de forma específica, pero lucha contra ella de todas formas, ofreciendo alternativas a las industrias extractivas y soluciones al cambio climático.”

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De la misma forma en que ninguna parte de un animal es desechable, ninguna persona lo es. Las personas dos espíritus son resilientes. Han perdido muchas cosas como consecuencia de la colonización y el patriarcado: sus nombres, sus roles tradicionales y su aceptación, y aún así siguen liderando la creación de espacios seguros e inclusivos para los más marginados de entre nosotros.

La población indígena formada por personas trans, genderqueer y personas dos espíritus, mujeres y niñas suele estar al frente de la resistencia contra la violencia medioambiental, rompiendo con las nociones coloniales de poder, conocimiento y progreso. Gran parte de esta resistencia no hace mención a la violencia medioambiental de género de forma específica, pero lucha contra ella de todas formas, ofreciendo alternativas a las industrias extractivas y soluciones al cambio climático.

Estas soluciones incluyen la creación de una independencia energética indígena mediante micropaneles de energía solar, parques eólicos y centrales hidroeléctricas de pasada a pequeña escala, la práctica de independencia alimentaria e hídrica en oposición a las explotaciones pesqueras comerciales que infringen los derechos indígenas, la caza, la recolección de semillas y la obtención de alimentos tradicionales, plantas medicinales y agua de lluvia, así como la consolidación del conocimiento sobre técnicas de uso de la tierra tales como la quema controlada, y la protección de la biodiversidad.

Lo que le ocurre a la tierra le ocurre a las personas. Si curamos la tierra, también podemos curarnos a nosotros.

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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.

* Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Marta Cazorla
* Artículo original publicado en BriarPatch Magazine
* Imagen de portada de Victor Quinonez aka @marka_27
* Imagen de artículo de Nick Napoletano aka @napoletanoart
* Imagen de artículo de Sintex aka @sintextartist